Almorzando a tu propio hijo.

A veces, leyendo la biblia, nos topamos con algunos relatos de una crueldad humana difícil de imaginar. Hasta hay quienes evitan leer ciertos párrafos, por conocer su contenido sangriento.

Los canales de noticias muchas veces nos muestran realidades inconcebibles de maldad humana y se escuchan comentarios posteriores tales como: “Antes estas cosas no pasaban”, “cuando yo era joven, no te dejaban hacer esto o aquello”, etc. etc. etc.

Lo cierto es que la biblia nos da la pista sobre un tipo de maldad que siempre estuvo presente en el hombre, aún cuando no existía internet, ni noticiero televisivo o radial, ni teléfonos móviles, ni nada que se acerque a todos los artefactos y tecnología con la que contamos en la actualidad.

Entre esos pasajes sangrientos y horripilantes, encontramos el de dos mujeres hambrientas en medio de un sitio que se prolongó por un tiempo tan extenso que llegó a escasear el alimento, de tal modo, que lo poco que había se vendía a precios exorbitantes.

El pasaje puede leerse en el libro 2ºReyes capítulo 6 versículo 24 hasta el capítulo 7 versículo 20.

En esa cruda realidad,  en la que estaban, las mujeres conciben una idea desesperada: Matar a sus hijos para comérselos.

La historia cuenta que realmente hicieron efectiva la muerte de uno y se alimentaron de él.

Al día siguiente, y con el estómago ya satisfecho, la segunda mujer escondió a su hijo para no entregarlo como comida.

Lo llamativo es que esto último es lo que la primer mujer le protestó al rey de Israel, en lugar de lo primero.

El rey al escuchar a estas mujeres se consternó y mandó a buscar al profeta Eliseo para matarlo (la culpa, según el rey de Israel, era de Eliseo, cuando en realidad se cumplía el juicio de Dios de Deuteronomio 28:53-55).

Eliseo fue advertido por el Señor quien lo guardó de la muerte.

Hay otros detalles de la historia pero quiero enfocarme ahora en esto que sigue:

Dios hizo un gran milagro fuera de la ciudad.

El ejército sirio había huido de apuro, porque Dios “había hecho que en el campamento de los sirios se oyese estruendo de carros,  ruido de caballos,  y estrépito de gran ejército” (2Reyes 7:6) .

Dejaron abandonadas todas las tiendas, la comida, los caballos y huyeron para salvar sus vidas.

¡ Dios espantó al ejército enemigo !

Ahora viene lo mejor del relato.

¿Quiénes fueron los encargados de decirle al rey las buenas nuevas? ¿A quién usó Dios para llevar el mensaje de salvación de esa nación casi al borde de la muerte por el apetito?

¿Al profeta Eliseo?

No. A pesar de que dio una palabra profética de provisión incomparable, nadie le creyó ni lo tomó en cuenta.

¿Quiénes fueron entonces?

Unos cuatro leprosos que estaban “jugados”. Habían dado todo por perdido y se animaron a ir al campamento sirio, aún corriendo el riesgo de morir. No tenían muchas alternativas, pero fueron ellos: LEPROSOS.

Cuando éstos regresaron a la ciudad para dar las noticias de su descubrimiento, y de las miles de provisiones que estaban al alcance de la mano. No les creyeron.

Preferían continuar encerrados allí, entre sus cuatro paredes, creyendo que allí estaban “protegidos”.

La protección de Dios estaba fuera de la ciudad sitiada.

Finalmente enviaron a unos hombres a caballo para verificar si era cierto y la historia termina con el pueblo saliendo de la ciudad amurallada y encontrando lo necesario para su subsistencia fuera de las paredes.

¡Qué analogía de la iglesia actual!

De los lugares en que debiera reflejarse el amor y misericordia de Dios hacia los postergados nacen las más discriminatorias reglas conocidas por la sociedad.

Dentro de la “jaula” el enemigo ha impuesto un sitio, donde invita a comprar estiércol de paloma haciendo creer a los incautos que se trata de pastos verdes.

¿De dónde podrá venir el mensaje liberador para las almas que están sufriendo dentro de las congregaciones legalistas?

Obviamente del Señor, pero ¿quién lo hará oir?

Seguramente los leprosos. Los que están “a la entrada de la puerta”.  Los desechados de la iglesia legalista, los que reconocemos nuestra lepra.

Nosotros, que nos sentimos mal, porque hemos encontrado la libertad en Cristo y pareciera que callamos.

Fuera de la “jaula” están todos los recursos para que un cristiano sea cristiano, sin necesidad alguna de contenido adquirible por dinero.

Para cerrar quiero acotar este pensamiento:

Recientemente respondí un comentario de una hermana con una frase que quisiera repetir porque me asombró de haber sido el autor: “Cualquier hombre que pretenda tener una revelación divina (sea cual sea) debiera estar dispuesto a que sus palabras y planes sean juzgados por la palabra de Dios.”

Añadiendo a esta idea, y con el mero objeto de ampliarla, creo que no sólo debe estar el hombre de Dios dispuesto a que sus dichos sean puestos a prueba por la palabra de Dios, sino que debiera superar dicha prueba.

El tamiz de la biblia debiera ser el filtro por el cual los cristianos pudieran recibir el correcto adoctrinamiento bíblico puro sin tanto argumento flojo y volátil que sólo logra ensuciar las aguas para que parezcan profundas.

Que el Señor los bendiga.