El primer «Gran Hermano»

No piensen que voy a hablar del programa televisivo. Sólo decir al respecto de dicho esfuerzo mediático que nada tiene que ver al panorama que pinta su creador George Orwell en su novela 1984.

Tantos comentarios he leído al respecto del creador de este ¿»fenómeno»? de la televisión, que lo único que tiene de fenómeno es que revela la decadencia social que permite que muchos se inclinen hacia tales escenarios.

Como dije, leí muchos comentarios sobre la «célebre» novela de George Orwell: «1984».

Como persona interesada en la literatura, me interesó y leí el libro.

Tal como lo define el editor, es un «magnífico análisis del poder». No pareciera que hubiera sido escrito en el año en que se escribió (1948) el autor pareciera haber jugado con su título un simple cambio de roles en sus dos últimas cifras.

Lo cierto es que se trata del poder a nivel mundial. No dice nada nuevo, pero tal como el autor dice de su personaje: «Pensó Winston que los mejores libros son los que nos dicen lo que ya sabemos».

Luego plantea un sinnúmero de temas relacionados con las clases sociales. Menciona que indefectiblemente conviene a los gobernantes que sigan existiendo los pobres, los de clase alta y los de clase media. Plantea una visión realista de las sociedades, sin desperdiciar opiniones sobre los deseos generales de los hombres.

Por ejemplo: La idea de que todos nos llevemos bien y podamos gozar todos de los mismos beneficios. La igualdad entre los hombres y demás temas utópicos ya conocidos, planteados como herramienta de poder en manos de seres que conociendo los movimientos históricos de las sociedades se aprovechan de tales vaivenes para lograr manejar al resto.

Está muy bien planteado, en ese aspecto y deja ver cierta visión negativa del futuro.

Su futuro, es ya pasado para nosotros. El año 1984 quizá ni lo recordemos. Pero las cosas que se leen en este libro son aplicables a la realidad actual de la humanidad. Si bien no han sucedido algunas de las cosas que allí se mencionan, otras sí pueden llegar a pensarse como posibles.

En un párrafo puede leerse:

«El problema era mantener en marcha las ruedas de la industria sin aumentar la riqueza real del mundo.

El acto esencial de la guerra es la destrucción, no forzosamente de vidas humanas, sino de los productos del trabajo. La guerra es una manera de pulverizar o de hundir en el fondo del mar los materiales que en la paz constante podrían emplearse para que las masas gozaran de excesiva comodidad y, con ello, se hicieran a la larga demasiado inteligentes.

Lo que interesa no es la moral de las masas, cuya actitud no importa mientras se hallen absorbidas por su trabajo, sino la moral del Partido mismo. Se espera que hasta el más humilde de los miembros del Partido sea competente, laborioso e incluso inteligente -siempre dentro de límites reducidos, claro está-, pero siempre es preciso que sea un fanático ignorante y crédulo en el que prevalezca el miedo, el odio, la adulación y una continua sensación orgiástica de triunfo«.

No parece alejarse mucho de lo que algunos líderes cristianos esperan de sus ovejas.

Obviamente que llenan sus bocas de la «bendición» que Dios traerá a las vidas de los que creen, pero en lugar de administrar en forma equilibrada los ingresos, se enriquecen de modos que ni aún los más mundanos han conocido ! Y esto es sólo lo «visible» de su pecado.

Quiero seguir con un último párrafo del libro y termino.

Se trata de un diálogo entre el personaje de la novela y un miembro del Partido, quien recientemente lo terminaba de torturar para doblegar su voluntad:

«– ¿Sabes dónde estás, Winston? -dijo O’Brien.

– No sé. Me lo figuro. En el Ministerio del Amor.

– ¿Sabes cuánto tiempo has estado aquí?

– No sé. Días, semanas, meses… creo que meses.

– ¿Y por qué te imaginas que traemos aquí a la gente?

– Para hacerles confesar.

– No, no es esa la razón. Dí otra cosa.

– Para castigarlos.

– ¡No! – exclamó O’Brien. Su voz había cambiado extraordinariamente y su rostro se había puesto de pronto serio y animado a la vez -. ¡No! No te traemos sólo para hacerte confesar y para castigarte. ¿Quieres que te diga para qué te hemos traído? ¡¡Para curarte!! ¡¡Para volverte cuerdo!! Debes saber, Winston, que ninguno de los que traemos aquí sale de nuestras manos sin haberse curado. No nos interesan esos estúpidos delitos que has cometido. Al Partido no le interesan los actos realizados; nos importa sólo el pensamiento. No sólo destruimos a nuestros enemigos, sino que los cambiamos. ¿Comprendes lo que quiero decir?»

Finalmente, les debo el desenlace… No lo he terminado de leer. Pero quería que tuvieran contacto con estos textos para reflexionar sobre las posibilidades que tenemos.

¿Por qué el Señor nos capacitó con la razón si la fe no la requiere? ¿Qué uso, en el Señor, podemos darle a nuestro razonamiento? ¿Por qué motivos tememos utilizar el razonamiento, en muchas ocasiones? ¿Porque nos enseñaron, acaso, que hay ciertas cosas que deben quedar tal cual están? ¿Porque otros han estudiado y por lo tanto nosotros no debemos preocuparnos por comprender las escrituras por nosotros mismos?

¿Acaso no podemos pedirle cada uno de nosotros al Espíritu Santo que sea nuestro maestro y nos explique los pasajes oscuros?

¿Acaso preferimos tener una relación con Dios sólo cuando nos «crean el ambiente adecuado» en lugar de buscar (y encontrar genuinamente) al Señor en todo tiempo y lugar?

Por «ambiente adecuado» entiéndase lo siguiente: Muchas veces he escuchado decir que el Espíritu de Dios desciende cuando hay adoración. Que para que la adoración sea realmente del espíritu debemos batallar contra la carne en adoración hasta «entrar en la presencia» de Dios.

Es cierto que muchas veces, tenemos la cabeza embotada en muchas cosas y nos cuesta concentrarnos al orar. Pero… ¿sólo encuentras al Señor a las 19:30 en tal o cual iglesia?

Si tienes que hablar con el Señor, ¿no podrá oírte en cualquier momento y lugar?

¿Tiene el Señor dirección y horarios específicos?

Pues si eso crees, no creemos en el mismo Dios.

Que el Señor abra tus ojos y puedas andar en el Espíritu, orando en todo tiempo y lugar.

Raimundo

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